Aruba: La felicidad en una isla

La señal sonora anuncia que el vuelo está llegando a destino, aparatos electrónicos apagados, sólo se percibe el bramido de las turbinas y el chirrido de las alas cortando el viento. Sobre las ventanillas de la izquierda desaparecen poco a poco los nubarrones e irrumpe el mar Caribe, de un azul iluminado con manchas más oscuras aquí y allá. Inmediatamente se advierten pequeñas “ovejitas blancas” que se estrellan en olas tibias contra la costa. Allí está ese trozo de tierra de origen volcánico surgido de las aguas, Aruba, al que locales y visitantes llaman “La isla feliz” (One happy island es, además, el lema utilizado para las campañas turísticas).

Como si se tratara de una promesa cumplida a los viajeros, Aruba garantiza playas de arenas blancas y aguas transparentes.

POR MARÍA LUJÁN PICABEA / MLPICABEA@CLARIN.COM


En el traqueteo del aterrizaje empieza a sonar una melodía mental que no se detendrá en todo el tiempo que dure el viaje.
“Aruba, Jamaica ohh I wanna take you/ Bermuda, Bahama come on pretty mama/ Key Largo, Montego, baby why don’t we go” . Dice Wikipedia: “Es una canción escrita por John Phillips, Scott McKenzie, Mike Love y Terry Melcher y grabada por The Beach Boys en 1988”, que además fue el soundtrack del filme “Cocktail”.
Buenos Aires-Oranjestad vía Bogotá es la ruta elegida. Seis horas de vuelo hasta la capital de Colombia. Conexión. Hora y media más en el aire y hemos dejado atrás la ola polar que ganaba las portadas de los diarios argentinos para aterrizar en los 30 grados de Aruba con sol pleno –los arubianos juran que la isla tiene más de 300 días de sol al año.
Entre las preguntas de rigor, el formulario de migraciones consulta cuál es el motivo del viaje. ¿Negocios? ¿Reuniones? ¿Sol y playa? El alboroto y el movimiento agitado de los viajeros –principalmente familias con niños pequeños y grupos de jóvenes– al tocar tierra hace pensar, más que nada, en la última de estas opciones.
Pasión por el kitesurf
Los vientos alisios que zarandean las palmeras en el estacionamiento del aeropuerto internacional Reina Beatrix explican, de alguna manera, el contenido de los enormes bolsos que retiró de la cinta de equipajes un grupo de, al menos, veinte mujeres y hombres jóvenes que llegaron en el mismo vuelo. “Kite surfing”, dice animada Amyra Boekhoudt, miembro del ente de turismo de Aruba, desde aquí nuestra guía. “Es uno de los atractivos de la isla”, remata y promete que al día siguiente nos mostrará la playa más popular para ese deporte. Cumple a medias, porque al otro día nos señalará apurada, desde el volante de la camioneta, la playa Fisherman Huts, en la que las cometas de colores vivos se disputan las corrientes de viento. Dicen quienes saben que el mejor horario para montarse en el viento es por la tarde, después de las 16. Allí mismo, en una pequeña cabaña de madera, los visitantes pueden apuntarse también para los saltos en paracaídas.
Las constantes brisas que acarician las costas hacen de la isla uno de los destinos más favorables para la práctica, también, del windsurf. De hecho, en el mes de junio Aruba es sede del campeonato mundial para aficionados Hi-Winds, lo que le ha valido el mote de capital mundial del windsurfing.
Fisherman Huts está cerca de uno de los puntos panorámicos de la isla, en el extremo suroeste, donde se halla el faro que ya no cumple su función de guía, pero sigue teniendo cierto atractivo, sobre todo, porque al asomarse a las terrazas del restaurante que se ha edificado a su lado uno puede pasear la mirada por el contorno sur de la isla.
Desde el principio
Los datos enciclopédicos a saber a la hora de aterrizar en Aruba son: es un estado autónomo del reino de los Países Bajos, es una de las Antillas Menores y tiene sólo 180 kilómetros cuadrados. Cuenta con 106.698 habitantes, de acuerdo al último relevamiento. Su población está compuesta por 96 diferentes nacionalidades que se han amalgamado con los nativos de descendencia holandesa, africana, española e indígena.
El papiamento, idioma nativo de raíces afro portuguesas, fue reconocido como lengua oficial de Aruba en 2003 y es el idioma que los arubianos y residentes utilizan para la comunicación cotidiana. Sin embargo, los niños son escolarizados en holandés y aprenden papiamento como segunda lengua, así como inglés y español.
Los principales centros urbanos son Oranjestad, la capital y el sitio donde se concentra el turismo, y San Nicolás en el extremo sureste, una zona casi sin vegetación, de casas pequeñas y coloridas, calles angostas y veredas delgadas, con supermercados de cadenas chinas, casas de citas y bares oscuros pero pintorescos. Cada jueves, entre las 21 y las 22, San Nicolás es escenario de un pequeño desfile de carnaval, una fiesta con tambores, plumas y ornamentos en el que puede verse a los arubianos despojados de sus trajes de anfitriones, gozando de una celebración casi privada, en la que las caretas parecen revelar más de lo que ocultan.
“El carnaval –cuenta nuestra guía– es una forma de atraer turistas a esta parte de la isla”, aunque claramente fuera del circuito más tradicional.
Promesas cumplidas
Aruba no decepciona, la isla es lo que dice ser: un puñado de bellas playas de arena fina y blanca que bien puede caminarse con los pies descalzos sin quemarse nunca, un mar calmo y tibio al que puede entrarse sin apuro, sin temblores y sin sobresaltos. No importa si el agua llega a la rodilla, a la cintura o al cuello, los pies siempre estarán visibles, como los peces y los corales.
Más allá de la arena, las palapas, la leche de coco y el aroma a sal que se queda prendido a la piel, está la inmensa infraestructura hotelera de la isla, para todos los gustos y casi todos los bolsillos. Desde las principales cadenas internacionales que reproducen, en la geografía de arena, piedra y cactus de la isla, la arquitectura palaciega con que han instalado sus marcas en Europa y Estados Unidos, a otras típicamente costeñas, con edificios bajos que miran, en algunos casos a las piletas, en otros, a parques o canchas de golf y, los más afortunados, a la playa.
La preponderancia del turismo estadounidense –de allí proviene el 65 por ciento de los turistas que recibe la isla cada año– ha ido formateando su perfil. A sus centros comerciales no les falta ninguna de las grandes marcas de lujo, la oferta gastronómica no omite ninguna de las grandes cadenas de comida rápida y los centros nocturnos son puro punch , humo y tragos, lo que hace las delicias de los adolescentes de pieles ardidas por el sol.
Los restaurantes ofrecen una amplia carta de comida internacional pese a que Aruba no posee ningún tipo de producción propia y tiene que importar todos los insumos –buena parte de las carnes y algunos vinos llegan desde la Argentina–. Los platos, ya sean carnes rojas o pescados suelen estar acompañadas por raciones de arroz, ocasionalmente con frijoles (porotos). Tal vez lo más difícil de hallar son las verduras crudas y las frutas frescas.
En los sitios que ofrecen comida local puede almorzarse por unos 20 dólares, principalmente bandejas de pescado y mariscos fritos con raciones de pan batí (panqueques hechos a la plancha con harina de trigo y de maíz) y funchi (trocitos de polenta fritos o a la parrilla) y la ya tradicional cerveza Balashi, producida en Aruba en base a malta escocesa y lúpulo alemán. Los arubianos dicen que el secreto está en el agua. La isla tiene sólo una pequeña cuenca de agua dulce que está en el interior del Parque Nacional Arikok (ver Imperdible), fuente de lo que fue la civilización originaria de la tribu de los caquetíos; de modo que toda el agua que se consume es agua de mar desalinizada mediante un proceso de filtración a través de corales. El agua de Aruba: “Awa” en papiamento (la lengua oficial) es casi una bandera, la ofrecen siempre en jarras rebosantes de hielo y repiten una y otra vez que es el agua que sale del grifo. Y, hay que decirlo, sabe muy bien.
Golf, catamarán y barra libre
Nuestro cronograma de actividades incluye una clínica de golf con Donald Ross, director de la escuela de golf de The Links en el resort Divi Village. Es temprano pero el sol ya pica en la piel. Ross toma un palo liviano con su mano derecha, sólo con la derecha, coloca una pelotita a sus pies. Dice que hay que pensar que en su interior el palo tiene agua, que hay que alzarlo para que el agua caiga hasta su empuñadura y luego descargarlo con un movimiento natural que termina por golpear la pelota. El lo hace y se ve tan sencillo. Claro está, no lo es. Pero pasamos un buen rato intentando que el movimiento sea “natural”.
La agenda del día siguiente promete: un paseo de mediodía en catamarán, con almuerzo y barra libre, un auténtico baño de sol. Las embarcaciones parten desde Palm Beach, una de las playas más populosas y proponen tres o cuatro paradas y zambullidas.
La primera de ellas es lejos de la costa, justo encima de un buque alemán hundido en la Segunda Guerra Mundial. El dato a saber es que en 1924 se instaló en San Nicolás una enorme refinería –que cerró definitivamente en 2012– que llegó a tener 22.000 empleados y que abasteció de combustible a gran parte del bloque Aliado. Esa es la razón por la que la isla fue atacada y huella de aquello es el buque alemán que su capitán hundió para evitar que cayera en manos holandesas. Ese es el que espiamos provistos de patas de rana y snorkel. Hay algo del silencio que se produce agua adentro, sólo acompasado por la propia respiración que permite soltar amarras y asir ese universo marino, restos del naufragio embellecidos por movedizos cardúmenes de peces de colores, despojados de todo conocimiento previo del mundo. Claro que afuera la realidad es la de las vacaciones permanentes, con clásicos internacionales sonando en los altavoces y animadores sobreexcitados.
El programa prevé otras dos paradas en las que es posible alejarse del bullicio en Boca Catalina y simplemente nadar, cuesta 65 dólares.
Ya en tierra hay una cita obligada con la clásica postal de Aruba en la que se observan dos árboles retorcidos, uno junto al otro –cuenta nuestra guía que sirven de atrio para muchas de las bodas de turistas que se celebran en la isla– en Eagle Beach. La tradición oral dice que esos dos arbolitos castigados por el viento son divi divi (casi una marca registrada de Aruba) pero Amayra revela que en realidad son manglares, semejantes a las matas divi divi pero con hojas redondas bien distintas de los primeros que tiene hojas en pinnas.
Ya sean divi divi o manglares los que dan marco a la postal, es cierto que ese pequeño retazo de paisaje –arena, madera, hojas verdes, un mar con pinceladas de varios colores y el cielo rojizo de un atardecer costeño– bien valen una larga y silenciosa contemplación. Eso también es Aruba.

IMPERDIBLE
El Parque Nacional Arikok, que fue oficialmente creado en 2000 y ocupa la quinta parte de la isla, es un espacio de conservación de la naturaleza, la flora y la fauna de Aruba y sitios de relevancia geológica, cultural e histórica. 
“En un momento caímos en la cuenta de que si no preservábamos nuestro medio íbamos a terminar pareciéndonos a Manhattan”, dice Julio Beaujon, responsable del parque, mientras ofrece un desayuno completo al aire libre, bajo las matas típicas de la isla y rodeados de cactus. 
En la entrada hay un centro de interpretación que favorece una primera aproximación a las especies animales y vegetales que se encuentra en el territorio del parque. Una de las más simpáticas es el kododo, una pequeña iguana color turquesa, muy sociable, que bien puede cruzarse en el camino de los visitantes incluso dentro de los hoteles. Se toma muy en serio la preservación del búho arubiano que hace su nido en la tierra, por lo que no es extraño que al costado de un camino uno vea un pequeño corral y un hoyo con un cartel que señala el hábitat. Lo mismo sucede con las tortugas marinas que desovan en las playas, los conservacionistas delimitan la zona y esperan el día del nacimiento para acompañar a las crías al agua, para que todas alcancen el mar a salvo. 
El parque abre todos los días, de 8 a 16. La entrada cuesta US$ 10; menores de 17 años ingresan gratis (www.arubanationalpark.org).

 Los hoteles proponen actividades para grandes y chicos.

 Un tesoro submarino de corales y peces espera a quienes se animan al buceo y el snorkel.

Las fachadas color pastel muestran la típica arquitectura colonial holandesa en Oranjestad, la capital.

MINIGUIA
COMO LLEGAR. Copa Airlines vuela desde Buenos Aires hasta Oranjestad vía Panamá, desde US$ 987. Desde Córdoba, tarifas a partir de US$ 1.229. Informes: 0810-222-2672; www.copaair.com
Avianca vuela desde Buenos Aires hasta Oranjestad vía Bogotá, desde US$ 1.282 con impuestos incluidos. Informes: www.avianca.com

DONDE ALOJARSE. En el Divi Village Golf and Beach Resort, desde US$ 149 por noche (www.diviresorts.com).
Pueden conseguirse paquetes de una semana con aéreos y alojamiento incluidos desde 10.000 pesos por persona. Despegar.com ofrece, por ejemplo, un paquete de 8 días/7 noches para mediados de octubre, con pasajes aéreos de Copa, alojamiento en hotel cuatro estrellas en Palm Beach y servicio de asistencia al viajero por $ 14.492 por persona base doble, con impuestos incluidos.

DONDE COMER. En restaurante Papiamento, una antigua casona señorial con parque, piscina y cava propia, desde 50 dólares (papiamentoaruba.com).
Old Fisherman, en el centro de Aruba es una taberna con comidas típicas, desde 20 dólares (oldfisher manaruba.com).

MONEDA. Es el florín arubeño. Un dólar equivale a 1,8 florín. El dólar está aceptado como moneda de pago en servicios y negocios para los turistas.

INFORMACION
www.aruba.com
www.arubanationalpark.org
www.visitaruba.com

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