Barrios chinos
La cultura china es, qué duda cabe, una de las más antiguas y desarrolladas sobre la tierra. Sus invenciones recorren el mundo desde hace centurias, al igual que sus habitantes que, por necesidad, obligación o buscando nuevos horizontes, se han diseminado sembrando su rico acervo que no deja de sorprender a los occidentales.
En este sentido, reconoce El Viajero Ilustrado, los barrios chinos se convirtieron en un destino ineludible para quienes pasean por las grandes ciudades.
Algunos marginales y otros muy céntricos, en cada uno de esos barrios, en sus calles estrechas y en esos apiñamientos humanos se respira algo de esas costumbres del antiguo imperio oriental: ropas, pescados extraños, algas y especias, dulces particulares y comidas perfumadas; todo llama la atención. Los países anglófonos los llaman, simplemente, “Chinatown”.
El Viajero sabe que en San Francisco, California, se concentra la mayor cantidad de ciudadanos chinos y descendientes fuera de su país. Sin embargo, reconoce El Viajero, el Chinatown de Nueva York es más bullicioso, enorme y colorido. Sus calles angostas y los negocios atiborrados de objetos sobredimensionan la cantidad de gente que la transita, que es enorme. Por las mañanas sobre todo se consigue ropa, relojes, bolsos y otros artículos pretendidamente de marca. En cambio, en Kuala Lumpur, Malasia, se vende ropa de marcas de buena calidad.
El Año Nuevo chino, más conocido para la colectividad como la fiesta de la primavera o año lunar, se celebra en estos barrios a lo grande. Miles de turistas se pasean entre fuegos artificiales y petardos que ahuyentan las fuerzas del mal. Hay desfiles de danzas tradicionales y modernas, y llaman mucho la atención los jóvenes con las cabezas del animal del año, una arraigada tradición en ese país.
En Londres, cerca de Picadilly Circus, El Viajero Ilustrado reconoce el típico barrio chino preparado para el turismo. Las tiendas de souvenires venden muchas baratijas y los consabidos faroles rojos con imágenes de dragones. Pero también se puede comprar un qipao , atuendo tradicional de seda. El principal atractivo, sin embargo, es la comida. Manjares misteriosos procedentes de China, Vietnam o Japón entre las que se impone el dim sum , una comida liviana con pequeños bocados y arrollados de arroz rellenos con carne. También hay opciones vegetarianas.
La historia de los inmigrantes chinos en Perú es muy antigua. En 1883 ya se podía identificar la concentración de inmigrantes de ese origen en los alrededores de la calle Capón y el jardín Otaiza, zonas que actualmente conforman el barrio chino, colindante con el centro histórico de Lima. La calle Capón se hizo famosa por las comidas típicas de las provincias de Guangdong (Cantón), Sichuán y Pekín. Toda esa tradición se unió luego a la rica paleta gastronómica local y conforman hoy lo que llaman sus “chifas” (comidas fusión).
Estos barrios, sabe El Viajero, se abren en un gran portal. Sus estructuras son similares en casi todos los países, varían alturas de los techos de tejas que se asientan sobre columnas y con adornos. El de Costa Rica, como sabe El Viajero, es un arco inspirado en la dinastía Tang. Ubicado en la capital San José, corre a lo largo de un boulevard peatonal de 550 metros de largo y tiene un área de influencia de 8,2 km cuadrados.
La puerta del Milenio, entrada al barrio chino de Vancouver, Canadá, de lejos parece simple, pero de cerca se observa la cantidad de elementos que la adornan. Muy cerca están los jardines del Dr. Sun Yat-Sen, un poco más allá el museo de los inmigrantes. Este barrio, creado en 1885, es uno de los barrios más grandes de América del Norte.
El portal del barrio chino de Buenos Aires, en el corazón de Belgrano, es una estructura de 11 metros de alto por 8 de ancho con dos leones de piedra, uno a cada lado, custodiando las columnas. Como en otras grandes urbes, es el lugar preferido de muchos para comprar pescado y verduras frescas. Hay variedad de infusiones y condimentos que no se consiguen fácilmente, y también productos exóticos como snacks japoneses de arroz inflado con maní y unos curiosos helados que los orientales saborean con fruición. El desafío, cree El Viajero, es recorrerlo, animarse y probar.
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