El alma de los Valles Calchaquíes

Pensar en los Valles Calchaquíes me hace viajar a mi infancia y al vórtice de mi esencia, que es mi canto y mi existencia. Como dice la copla, Yo soy hija de la luna / Nacida del rayo del sol / Hecha con muchas estrellas / Prenda de mucho valor.


Por Mariano Carrizo


Los Valles son como morteros de la tierra y los vallistos levitamos desde su médula, que son sus ríos, sus vientos, escultores de un paisaje que nos atraviesa el alma tallándonos la existencia. Su cielo vive en los ojos de todos los que lo habitamos. Hay menhires, pinturas rupestres, tejidos, la mejor alfarería y las más sabrosas empanadas, masitas, pan casero, cabritos y vinos en cantidades. Casi cada familia tiene su viñedito y cada vino, la textura de cada alma. En los Valles, el vino es espíritu, arte y vida, sobre todo en carnaval, cuando los copleros echan su sed y su alegría en el aguardiente dulce de la tierra.
Para llegar a Cafayate desde Salta capital, la ruta atraviesa la Quebrada de las Conchas, donde el viento y el tiempo se encargaron de tallar esculturas como el sapo, el fraile, el obelisco y hasta un anfiteatro en la panza de la montaña. Y al diablo le talló una garganta, para que en Carnaval le cante su copla al medanal.
Entre Molinos y Seclantás están los mejores ejemplares del poncho colorado de guardas negras, tejido en telar a mano. Cerca de Seclantás, la laguna de Brealito: se dice que es un ojo del mar que a estos cielos viene a espiar. Parece que habita allí una criatura indescriptible. Hay también quien dice haber visto una sirena.
San Carlos, mi pueblo, es la postal que lleva mi canto en su corazón. En la época de independencia fue una ciudad importante, estratégico paso al Alto Perú. Hoy se pueden admirar sus fachadas, sus antiguas construcciones de adobe, sus puertas en ochava. Es tierra de ceramistas, teleros, cesteros, y el 23 de agosto celebra el Día del Tapado (“tapado” le llaman a los tesoros escondidos por curas y hacendados para evitar el rescate por indios y justicieros en épocas de conquista). Cuentan que en la panza del cerro El Zorrito yace uno de los tesoros más grandes de América, y que cazatesoros de todo el mundo vienen y van con aparatos y vaya a saber qué otras cosas buscándolo.
Amblayo tiene los mejores quesos de vaca del país, y en Angastaco, una postal de verde amarillento y silencio profundo, hablan los cerros y los cóndores. Hay un pueblo nuevo y otro viejo, en el que vive muy poca gente y donde las casas de adobe y paja, fueron comidas por el viento.
Venir a los Valles Calchaquíes es llegar a un paraíso que va más allá de lo geográfico; un paraíso donde la tierra, los ríos, los pájaros, la gente, el cielo, nos hablan al oído con las voces de los ancestros, y los ojos del alma se deslumbran con el misterio.

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